por: Juan Carlos Carvajal Gómez
La gran pregunta olvidada de la filosofía es la pregunta por el ser. Esta pregunta es, o por lo menos debería ser, la pregunta básica y fundamental de toda postura y escuela filosófica, pues remite a la esencia, a lo que se encuentra en la base y el centro de todo fenómeno en el universo.
La gran pregunta olvidada de la filosofía es la pregunta por el ser. Esta pregunta es, o por lo menos debería ser, la pregunta básica y fundamental de toda postura y escuela filosófica, pues remite a la esencia, a lo que se encuentra en la base y el centro de todo fenómeno en el universo.
Cuando preguntamos por el ser, en realidad
preguntamos ¿Qué es esto?; si observamos
un objeto del mundo cualquiera, por ejemplo un automóvil, e intentamos
responder a la pregunta, encontramos que no es tan simple.
Definirlo con el propio sustantivo (es un
automóvil), no nos lleva hacia la esencia del fenómeno, nos deja sólo con una
palabra, pero también puede decirse que es un “avance tecnológico”
(refiriéndonos a una característica abstracta, que requeriría a su vez definir
que es avance y que es tecnología), o podríamos decir que es un símbolo de
estatus (que se referiría a una característica de corte sociológico), o decir
que es una fuente de ingresos (refiriéndonos a la utilidad particular), o una “buena/mala”
inversión (refiriéndonos a la posibilidad de obtener una remuneración
económicas) o un logro profesional (desde una perspectiva individual).
Es decir que, a través de los canales usuales de
pregunta, digamos “cotidianos”, no logramos nunca establecer la esencia de un
objeto, porque nuestro marco particular de análisis nos lleva sólo a describir
el objeto por sus propias características, o por los significados que tiene o
suscita en los observadores particulares. Este es el origen de las
aproximaciones de las diferentes ciencias sociales a un mismo objeto (como un
automóvil, entendido desde la psicología, la sociología, la antropología, la
economía…).
Si rechazamos la pregunta por el ser desde la
perspectiva de la filosofía, lo que logramos es tomar decisiones y sacar
conclusiones a través de tan sólo las características del objeto (y ni siquiera
de todas las características puesto que una definición en estos términos
resultaría inabarcable), sin realmente llegar a entender qué de todo ello es la
esencia de lo que vemos.
Pero si al trabajar alrededor de los objetos el
tema resulta complicado, al referirnos al ser humano es incluso peor, pues
cualquiera sea la respuesta que reconozcamos como verdadera, tendrá importantes
impactos morales y sociales que definirán desde temas morales tan básicos como
quien creo que son los otros hasta temas complejos de orden social, político y
legal.
La propuesta de Martin Heidegger (1889 – 1976) es
que en realidad la pregunta por el ser de las cosas, pasa primero por definir
el ser del hombre, pues es éste (el ser humano), el único capaz de preguntarse
y, por tanto de ofrecer una respuesta.
“El Ser es aquel que se pregunta por el ser”, es
una de tantas frases de Heidegger que resultan para muchas personas en el mejor
de los casos incomprensibles y en el peor pura “palabrería barata” pero que, a pesar de todo, ha sido de una
importancia capital en el desarrollo de las principales escuelas de la
filosofía contemporánea.
La anterior expresión hace referencia a que para
lograr que una pregunta exista, es indispensable ue exista un “quién” que
realice la pregunta, un “preguntador” (por usar una expresión cualquiera) que
tenga la capacidad de darse cuenta de que existe algo que no conoce y que quiere,
o necesita o “debe” conocer.
Es por ello, que la pregunta se convierte en el
punto de referencia para definir al “preguntador”, pues esta capacidad de
preguntar no es sólo característica, sino constitutiva. Es decir, no sólo
existe como una posibilidad sino que hace parte de la esencia misma del que
pregunta, de su propia naturaleza.
Los demás fenómenos del mundo (objetos inanimados,
animales, plantas, etc.) carecen de esta característica, de esta posibilidad,
ellos sólo se relacionan o interactúan (aquellos que pueden, es claro) en
función de la inmanencia de lo que existe.
Un animal come lo que su especie siempre ha comido,
de la forma en que siempre lo ha comido sin pasar por una valoración de las
diferentes condiciones, beneficios, riesgos o dificultades asociadas a un
determinado tipo de alimento. Sencillamente su instinto le indica que ese
alimento es comida y que debe consumirlo.
Cuando una animal es sacado de su hábitat natural,
o su hábitat es violenta y repentinamente alterado, sólo tiene una capacidad
limitada de adaptación hasta el punto en que el cambio necesario no tenga
implicaciones muy grandes en el proceso comportamental y fisiológico asociado.
Si una serpiente (por poner un caso), está
acostumbrada a comer ratones o insectos grandes y se le alimenta con crías de
gallina o con lagartijas, la serpiente se adaptará al nuevo régimen, pero sin
importar lo que se haga, no es capaz, (aún a costa de su supervivencia) de
comer animales muertos; sencillamente, su aparato instintivo no le dice que son
de comer.
Para el ser humano, las cosas funcionan diferente.
Aún en el momento del nacimiento, cuando no existen trazas de ninguna forma de
lenguaje propio, el ser humano siempre está en la necesidad de encontrar,
descubrir, mejorar y refinar aún las habilidades de supervivencia más básicas.
Los niños muy pequeños manifiestan curiosidad y
buscan descubrir constantemente nuevos elementos del mundo. Hay una curiosidad
innata (incluso preverbal) de preguntar, significar y consolidar conocimientos.
La lactancia materna, es uno de estos principios.
Si bien podría pensarse que es un reflejo automático, tanto para el niño como
para la madre, la succión del pezón, cualquiera que haya tenido la experiencia
de ser padre (más particularmente madre), ha podido comprobar que se requiere
un período de adaptación y “entrenamiento” tanto para uno como para la otra,
para lograr surtir una forma de alimentación que está en lo más básico de
nuestra biología.
Incluso, a pesar de calificar como mamíferos, nuestro
instinto de alimentar a los hijos se ve refinado por las diferentes posiciones
sociales, psicológicas, y científicas que se discuten alrededor del tema.
Nosotros podemos muy bien, debido a cualquiera de estos discursos, decidir no
alimentar a nuestros hijos por esta vía.
Debido entonces a esta característica humana, el
hombre es definido (en términos de Heidegger) como el Ser (así con S mayúscula)
en tanto los otros fenómenos del mundo son meramente “entes”.
Así pues, cuando Heidegger dice “el Ser es aquel
que se pregunta por el ser”, quiere decir que es el hombre, aquel que logra
acercarse al mundo para “descifrar” la esencia de ese mismo mundo, es el único
que le puede dotar (o descubrir, según la perspectiva, como veremos en otro
momento) de significado.
Los entes del mundo tienen en sí mismos una
esencia, pero como ésta no es, de ninguna forma, evidente, se requiere de aquel
que se pregunta por la esencia y del mecanismo que éste use para llegar a la
respuesta, para poder, de alguna manera conocerla.
El preguntarse por el ser de algo, y
particularmente por el ser del Ser, es lo que lleva a la consolidación de
diferentes escuelas filosóficas y psicológicas que pueden tener impactos muy claros en la vida de las personas
a todos los niveles.
Por ejemplo, cuando dentro del sistema de salud se
considera que una persona ES un “paciente” ello implica que es una persona que
tiene un sufrimiento (la palabra viene de “patiens” en latín que significa
“aquel que sufre”), y que por lo tanto requiere ser atendido y tratado.
Cuando en cambio de ello se considera que ES un
“cliente”, la tarea ya no es tratarlo ni tratar su sufrimiento sino cumplir con
sus requerimientos y cobrarle lo justo por la prestación del servicio que se le
otorga.
Similarmente sucede cuando, a través de proceso
ideológico, a un determinado grupo de seres humanos deja de considerárseles
“persona” para considerarles “el enemigo” o “los gays” o “los pobres” o
cualquier otra denominación que se utilice para reducir su condición humana.
De allí la importancia de la discusión filosófica
de Heidegger acerca de la pregunta por el ser del Ser, dado que define, como
hemos visto, grandes áreas de la vida de los seres humanos.
La Seinsfrage
(la pregunta que interroga por el ser), había sido casi totalmente olvidada en
la filosofía occidental hasta la aparición de Ser y Tiempo de Heidegger (1927), en
donde él plantea la discusión como fundamento de cualquier pregunta filosófica
válida y encuentra, como es natural, una enorme resistencia en todos los
círculos filosóficos.
El problema es que no es fácil llegar a la
respuesta, debido a dos condiciones claves del Ser que tienen enormes impactos
en la búsqueda de dicha respuesta:
En primer lugar, el ser que queremos definir, está
siendo preguntado por un Ser que vive en el mismo mundo que investiga y que,
por lo tanto, es afectado por este en todos los niveles de relación y análisis.
Cualquier acercamiento a un objeto del mundo, está
necesariamente mediado por la percepción que yo pueda tener de ese mismo
objeto. Por ejemplo, en la edad media se consideraba que las personas
enfermaban por un “castigo divino” o una “maldición” puesto que la capacidad de
percepción visual (hasta la invención del microscopio) estaba menos
desarrollada e impedía encontrar otras explicaciones.
Al mejorar este acercamiento al mundo, fue posible
encontrar otra causa para la enfermedad, aunque nuestro nivel de “percepción”
actual, aún nos impide establecer la causa de otras enfermedades (como el
cáncer o el SIDA que, si bien entendemos, aún no podemos curar).
Debido a este cambio de percepción, se materializó
la posibilidad de tratar las enfermedades de una forma que antes no era posible
hacerlo, y debido a ese mismo nivel de percepción y al entendimiento actual de
las enfermedades, aún no hemos descubierto la forma de aproximarnos a otras
patologías (como las enfermedades mentales), de manera que podamos erradicarlas
de la sociedad.
La “objetividad” que suele promoverse en la
ciencia, parte de una noción del ser del Ser, que implica que el Ser es apenas
otro ente del mundo y que no es afectado ni se encuentra inmerso en la realidad
que estudia o intenta desentrañar.
Esta postura, ha llevado a las personas a pensar
que el mundo es un medio para sus fines y que por lo tanto es válido destruir,
quemar, explotar y consumir de manera inopinada ese mismo mundo en el que
vivimos.
Apenas recientemente hemos comenzado a entender que
el destruir el mundo es destruirnos a nosotros mismos y que si no detenemos la
avalancha de consumo en que vivimos, al final no va a quedar un mundo en donde
consumir.
Pero lo más grave de la situación de la separación
entre el hombre y el mundo, es que hemos llegado a pensar que los otros también
son medios para nuestros fines. Que podemos utilizar, explotar y abusar de las
otras personas siempre que nosotros consigamos el objetivo que nos proponemos.
Todo esto fue previsto por Heidegger desde los años
50 y 60; en su teoría se reconoce con el concepto de tecné o actitud tecnológica,
que es un concepto tan amplio y complejo que hará parte de un ensayo posterior
En segundo lugar, el Ser que pregunta es dinámico,
es decir, aprende, cambia evoluciona. En términos de Heidegger, Existe (de
Ex -
istir, ir más allá); este dinamismo del Ser lleva a que cada vez que se
acerca a la respuesta, encuentre nuevos y diferentes modos de abordarla.
Debido a la propia naturaleza del Ser (el
preguntarse constantemente y la necesidad de otorgar propósito y significado al
mundo), este constantemente se “proyecta” fuera de sí, dirige su atención
energía y esfuerzos hacia afuera, para poder evolucionar y crecer. Es por esto
que sólo el Ser Existe mientras que
los entes se limitan a estar en el
mundo.
El estar del ente, es estático, limitado a la
simple presencia y a un nivel de cambio mínimo cuando no directamente nulo, los
objetos inanimados hacen parte del mundo pero sólo en la medida en que cumplen
la función para la que fueron diseñados o aquella que siempre han cumplido. De
hecho aquellos objetos que existen fuera de nuestra percepción, sencillamente
no existen para nosotros (tal fue el caso de la luz infrarroja y ultravioleta
hasta el momento en que ampliamos nuestra percepción).
Para los animales y plantas, el proceso evolutivo
es más activo, pero igualmente limitado a que las condiciones sean propicias y
que los cambios producidos en ellas sean graduales o temporales. Es debido a ello que se produce un enorme
impacto en los ecosistemas cuando hay intervenciones bruscas e imprudentes de
las industrias humanas.
Puesto que el Ser es siempre dinámico y está
inmerso en la misma realidad que intenta desentrañar, no es posible hablar de
una definición completa (que sería la respuesta a la seinsfrage), sino más bien es posible establecer que el Ser no ES
sino que está siendo.
El concepto del “estar siendo” nos llevará al
análisis de otra de las principales aportaciones de Heidegger conocida como el Da-sein, el ser ahí, ser en el mundo, el
cual analizaré en el próximo ensayo.
¿Qué nociones conoces del Ser en la práctica? ¿Qué
otras implicaciones crees que podría tener para la sociedad este concepto de
Heidegger? Me encantaría escuchar tus comentarios al respecto.
Si quieres escribirme mi correo es carvajal.juancarlos@gmail.com
Si quieres escribirme mi correo es carvajal.juancarlos@gmail.com